Imaginemos que un usuario de una red de bibliotecas observa que en una librería online hay un libro electrónico que le interesa, pero no puede adquirirlo –por cualquier razón-, de manera que se dirige a su biblioteca para tomarlo en préstamo. Entra en su biblioteca, desde su domicilio, y observa con horror que el libro no está en el catálogo de libros digitales de la biblioteca. Sigamos imaginando, rellena una ficha de solicitud de compra y la deja en un buzón de petición de adquisiciones. La biblioteca recibe esa petición e intenta comprarlo. Y aquí surge el problema. La biblioteca busca el libro, ¿Dónde? En ninguna parte.
Imaginemos un poco más. Como puede ser probable, la biblioteca dispone de una tecnología de préstamo, probablemente adquirida a una empresa privada, y éstas han desarrollado agregadores de contenido, accede al agregador de la empresa que le alquiló la tecnología y busca el libro, pero desgraciadamente el libro no está en ese agregador. ¿Qué hace ahora? Llegados a este punto, la situación, completamente kafkiana, adquiere visos de esperpento. La biblioteca debería llamar a la editorial, vamos a suponer que le pasan con la persona adecuada, para que ésta le dijese en que agregador está el libro disponible para compra de bibliotecas, una vez conocido este dato deberá ponerse en contacto con el agregador para averiguar en qué formato está disponible y con qué opciones de compra, es decir, analizar los metadatos comerciales para ver que modalidad de venta se adapta mejor a su política bibliotecaria. Esta situación es la que se plantea a nivel nacional con los agregadores ligados a plataformas tecnológicas, imagínense, queridos lectores, cuando este problema se plantea a una biblioteca de México, Colombia, Chile o Argentina cuando quieren adquirir un libro español en formato digital. ¿Qué significa todo esto? Que los editores están dejando de vender sencillamente por no haberse puesto a pensar que es necesario e imprescindible disponer de un entorno web abierto de agregación de contenido para bibliotecas. Si yo como usuario particular puedo entrar en cualquier librería online y adquirir un producto, ¿Por qué las bibliotecas no tienen esa opción? De este tema vengo hablando en foros y ponencias desde hace más de un año, y la conclusión a la que llego es meridiana: hace falta una mesa de bibliotecas y editores de manera urgente, definir modelos de compra y venta razonables y diversificados para todos los agentes implicados es imprescindible, la duda es que considero que la FGEE no es el interlocutor válido para estos menesteres. Mi sugerencia sería la de trabajar con comisiones de editores, agremiados o no, integradas por editores y analistas independientes (como se ha hecho en Nubeteca) y bibliotecas.
Desde el arranque de eBiblio, allá por 2014, proceso del que fui enormemente crítico, esencialmente por la resolución de la licitación, tanto en tecnología como en contenidos, el desarrollo del mercado digital para canales bibliotecarios ha adquirido en España tintes de esperpento. La renovación, con cambio de tecnología de Libranda a Odilo hace unos meses, ha terminado de convertir el tema en una verbena de pueblo. El trasfondo de una guerra comercial brutal entre ambas compañías ha llevado a que los usuarios desaten toda su ira en foros (Play Store) debido al funcionamiento de eBiblio, y pone en cuestión la política del Ministerio, a mi juicio francamente mejorable por no decir desacertada. ¿Alguien se ha puesto a pensar en que con el dinero invertido hoy tendrían una plataforma «propietaria» que hubiese evitado este desastre? Señalo esto ya que en torno a octubre de 2016 deberían sacar de nuevo a licitación la tecnología. Y la solución no es incluir una cláusula de prórroga, como así se rumorea. Las desventajas de optar por una plataforma comercial son obvias, pero hay una cuestión sobre la que considero necesario reflexionar. ¿Qué ocurre con la trazabilidad de datos que el usuario deja de sus lecturas? Si optas por una plataforma comercial y privada, todos los datos, que son oro líquido, los tiene una empresa privada, si optas por una plataforma propietaria (adquiriendo código) esos datos son de la red de bibliotecas, es decir, un activo público. Y aviso para navegantes, de aquí al verano serán varias las empresas que venderán el código. No quiero «ponerme estupendo» pero estoy en condiciones de afirmar que la empresa líder en implantaciones (por base instalada ahora mismo) venderá su código. Por cierto, no me refiero ni a Libranda ni a Odilo. Y sobre este tema una consideración, en LATAM están pendientes de este asunto. No en vano sus grandes redes de bibliotecas, muchas de las cuales si tienen dinero, quieren incorporar tecnología y, lo que es mucho más importante, quieren adquirir miles de libros digitales. Y ahora, por unas cosas u otras, no pueden.
Pero quiero volver al tema contenidos. Si ya en la primera licitación de contenidos Libranda se quedó prácticamente con todo el paquete de libros, en la licitación de octubre de 2015 vuelve a pasar lo mismo. En el primer concurso se adquirieron unos 1500 títulos, y en este unos 500. ¿Con este catálogo alguien puede pensar que es atractivo para los lectores? Piensen ustedes que en España se producen al año 20.000 títulos digitales. ¿Se garantiza con este «birria» de catálogo un acceso bibliodiverso a un servicio público que debería garantizar una enorme bibliodiversidad? Pensemos que al entregar los lotes de la licitación a un solo proveedor –con numerosos contenidos editoriales que aloja en exclusiva– si un editor no desea trabajar con ese agregador sus libros quedarán fuera del acceso a la compra. Y esto, señores, es intolerable.
Hace unos días leía un extraordinario post sobre este tema de Antonio Agustín Gómez, director de la Biblioteca Pública del Estado-Biblioteca Provincial de Huelva, en el blog lamardelibros con el que estoy absolutamente de acuerdo y del que recomiendo su lectura. Hace balance de eBiblio como servicio de manera crítica, pero señala que el servicio puede acabar ofreciendo excelentes resultados de cara a la lectura y como servicio público. Analizando lo que en el post se señala sobre los contenidos, si me gustaría plantear algunas reflexiones y sugerencias.
La única forma de facilitar la posibilidad de vender a todos los editores, insisto en lo de todos, es hacer que DILVE sea gratuito para todos los editores y que incluyan allí sus metadatos de comercialización para bibliotecas, en paralelo, una plataforma web abierta para consulta y compra de contenidos para bibliotecas debe ser levantada por el sector (sin excluir a nadie y sin el control de los grandes grupos editoriales), y con toda la estructura de metadatos más completa posible. Y muy importante, tecnológicamente se pueden (y deben) incluir librerías físicas en el proceso. Insisto en que tecnológicamente se puede hacer que una determinada biblioteca compre libros digitales a su librero habitual.
Y termino con un aviso para los denostadores del servicio de préstamo digital. Con la evidencia de que la profundidad del catálogo disponible es «de traca», entre otras cuestiones por su minimalismo sesgado, pensemos una cosa. En 2014 la cifra de préstamos fue de 47.053, y en 2015 la cifra ascendió ya a 161.640, esto arroja un total de 208.693. Pues bien, tomemos la cifra de 2015, si dividimos 161.640 préstamos por el número de títulos disponibles (1500 aprox.) el ratio resultante es de 107,76. Es evidente que se han cargado (y prestado) libros digitales de otras procedencias, es decir, al margen del catálogo adquirido a través del concurso del Ministerio, lo que conlleva que el ratio descienda, no puedo saber en cuanto, pero una comparación con el dato que ofrece el Ministerio sobre préstamo de papel para el año 2013 que es de 0,46 préstamos por ejemplar, muestra a las claras que no se puede decir, sin faltar a la verdad, que esto sea un fracaso. Más bien todo lo contrario. Si convenimos en que a más catálogo más prestamos, pongámoslo fácil a las bibliotecas, aún estamos a tiempo de generar un nuevo ecosistema de compra para el canal bibliotecario, no vaya a ocurrir que se nos anticipe quien ya sabemos…
[…] SA, más conocida por todos como Libranda(*). Según explica Manuel Gil en este estupendo artículo cuya lectura aconsejo, entre las dos licitaciones se ha contratado la vertiginosa cantidad de 2000 […]
[…] mes pasado Manuel Gil se preguntaba dónde compra una biblioteca libros digitales y más recientemente, reflexionaba sobre la posible competitividad digital de algunas […]
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Este fue uno de los temas que analizamos con Manuel en el conversartorio organizado por la Biblioteca Nacional de Colombia a finales del año pasado.
Estoy totalmente de acuerdo con lo planteado y agregaría algo más desde el punto de vista tecnológico: No es posible pretender que un agregador A o una tecnología B pueda cubrir todo el espectro de contenidos disponibles en cuanto a los usos de las plataformas, que permitan la mejor gestión de los derechos digitales definidas por cada editor.
En este sentido, adicional a lo comentado, debería caminarse, como ya muchas bibliotecas lo hacen, a un espectro abierto, en donde los «descubridores» de cada biblioteca pueden conectar de diferente manera con los contenidos de los editores, en el marco de los propios acuerdos específicos que una biblioteca pueda generar con un editor C o D. Ahora bien, lo realmente importante es «garantizar» que la diversidad de plataformas o modelos de uso que puedan existir no se conviertan en una Torre de Babel para el usuario (anotemos simplemente como referencia la pesadilla que puede implicar para un usuario el uso de sistemas de DRM tradicionales como la propia de Adobe). La tecnología ha avanzado lo suficiente para que incluso editores particulares o bibliotecas puedan garantizar acceso de diversas formas a los usuarios (IP, URL, otros) de manera transparente y con DRM potentes, fáciles (del mismo tipo a los que usan Amazon y Apple en sus grandes ecosistemas, que son transparentes para el usuario).
Esto implica, entonces, el garantizar que estos sistemas internos de metadatos con los que pueden contar las bibliotecas (Descubridores) sean lo suficiente robustos y que los accesos a los contenidos específicos que no necesariamente están en el macrobanco de contenidos de ciertos agregadores puedan estar disponibles de la manera adecuada a los usuarios en los repositorios mixtos de contenido digital que pueden ser ofrecidos por una biblioteca a sus usuarios.
Sin duda, de acá pueden desprenderse preguntas y observaciones si se hila cada vez más fino, cómo por ejemplo, cómo unificar para cada biblioteca un sistema único de estadísticas. Considero que el garantizar los accesos o las descargas a los contenidos a usuarios definidos en el marco de negociaciones de licencias bajo diversas modalidades entre Bibliotecas y Editores es lo más importante para evitar los problemas descritos. También, que pueden existir formas de terminar unificando las diferentes informaciones de usos, en diversos ambientes o plataformas, que le permitan a la Biblioteca evaluar y desarrollar su propia estrategia de uso de contenido digital.
Kanak est invariable depuis les accords de Matignon ! Donc « Sarkozy aux Kanak », « aires coutumières kanua &rkqao;…
Su imaginación coincide con la realidad. Aquí en la Argentina es muy complicado saber que libros locales están disponibles en ebook, y la posibilidad de compra siempre está pensada para un usuario final. Considero que la posibilidad de suscripción a paquetes de títulos en formato ebook tendría que plantearse como una buena solución para bibliotecarios y sus lectores. Desconozco el desastre de las plataformas… pero puedo imaginarlo
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[…] Fuente original: ¿Dónde compra una biblioteca libros digitales? | Antinomias Libro. […]